¿Qué relación tienen una bandeja de lomo, un guiso de salmón, un complejo vitamínico y el pienso de nuestra mascota? Nuestra compañera Raquel García Palacín nos lo aclara en el siguiente artículo.  

 

Es la hora de comer y la mesa espera a que la familia se siente en torno a ella. Coronando el centro se encuentra una bandeja de lomo a la que le sigue una cazuela con un guiso de salmón. En uno de los asientos hay un complejo vitamínico y en el suelo de la cocina descansa el comedero con el pienso para el nuevo miembro de la familia.

Estos elementos parecen piezas inconexas de un cuadro gastronómico, pero todas ellas tienen un nexo común que se encuentra en la producción de aceite y harina de pescado en el África Occidental.

A 4.259 kilómetros al sur de Sestao se encuentra el pueblo costero de Kayar, en Senegal. Kayar es uno de los pueblos en los que encontramos la respuesta a qué tienen que ver una bandeja de lomo, un guiso de salmón, un complejo vitamínico y un pienso para mascotas. Este pueblo senegalés es solo un ejemplo ya que existen otros “Kayar” en países como Gambia o Mauritania en los que, desde hace algunos años, se están instaurando fábricas de procesamiento de aceite y harina de pescado.

Cada año se extraen de las costas del África Occidental más de 500.000 toneladas de pescado que se tritura para la elaboración de harina y aceite. Con ese volumen de capturas se podrían cubrir las necesidades alimentarias de más de 33 millones de personas de la región, no solamente de las zonas costeras sino también de las zonas del interior, así como de los países adyacentes. Para esta zona del mundo el pescado es una cuestión capital ya que representa hasta más del 70% de la ingesta de proteínas de la base alimentaria de la población.

El principal uso de la harina y el aceite de pescado es la acuicultura de alimentación, de especies carnívoras como el salmón, siendo Noruega el primer importador mundial. Para conseguir 1 tonelada de esta harina se precisan de entre 4 y 5 toneladas de pescado fresco (de forraje) con el desperdicio neto que esto supone y, es que, si comiéramos algunos de los peces salvajes -como el arenque, las sardinas y las anchoas- directamente, en lugar de alimentar con ellos al salmón de piscifactoría, podríamos seguir accediendo al mismo nivel de micronutrientes dejando en el mar el 59% del pescado capturado para alimentar esa industria tal y como argumentan desde Greenpeace África.

El segundo uso principal de las harinas y aceites de pescado es la elaboración de piensos para la ganadería industrial, representando un tercio del total de la producción de los derivados del pescado. El sector porcino es el principal destinatario y la Unión Europea el principal cliente debido a que es el primer exportador mundial de carne de cerdo.

Cuando los lechones son destetados de las cerdas se alimentan con harina de pescado que, debido a su alto contenido en proteínas, favorece el rápido crecimiento de los animales. De esta forma se puede aumentar la productividad y reducir los costes económicos. Sin embargo, este modelo de producción no está exento de altos costes medio ambientales, sociales, y, también, éticos por el desvío de pescado desde los países del sur global hasta los países del norte global.

Otros usos secundarios de la harina y el aceite de pescado son la elaboración de piensos para mascotas, los complejos vitamínicos o los usos cosméticos.

Los efectos de esta industria van más allá, afectando al trabajo de miles de mujeres africanas que se dedican a la transformación artesanal del pescado pero que ya no tienen acceso a él debido a que ahora se vende a las fábricas de procesamiento en harina y aceite. Estas fábricas suponen importantes problemas ambientales por el vertido de residuos al mar y a los ríos, así como problemas de salud entre las personas que trabajan en ellas y, también, de los habitantes de los pueblos donde se ubican.

Por otra parte, el aumento de la demanda mundial de productos como el salmón o la carne de cerdo de bajo coste propicia que se demande más aceite y harina de pescado generando problemas de sobrepesca que vienen agrabados por el cambio climático y por el aumento de la temperatura en los océanos.

La familia se sienta a la mesa y empieza a comer. Nunca han oído hablar del pueblo de Kayar ni del largo viaje que han realizado los alimentos hasta que llegan a su mesa, pero, como vemos, las decisiones de consumo que tomamos en nuestros hogares influyen en otras casas que, a veces, se encuentran a miles de kilómetros de la nuestra pero, sin embargo, esa distancia física no impide que todas las vidas estén interconectadas, al igual que los elementos de nuestro cuadro gastronómico.

Para más información: El cuento del pescado y el pescador en el contexto de la globalización neoliberal. Senegal como estudio de caso